En 1956 se confirmó un envenenamiento masivo que duró varias décadas. Al menos 2265 habitantes de la ciudad de Minamata, en Japón, fueron víctimas de las malas prácticas de la Corporación Chisso. Esta compañía petroquímica vertió desechos químicos durante 34 años a la bahía de la ciudad sin ningún control. El metilmercurio fue el más dañino, pues causó que durante años los niños nacieran con ceguera, parálisis cerebral, sordera, problemas de crecimiento, pulmonares y microcefalia.
Doce años después, en 1968, el gobierno japonés calculó que se vertieron al menos 81 toneladas de mercurio al mar de Yatsushiro. Las principales víctimas fueron las madres gestantes, que nunca presentaron síntomas extraños durante el embarazo, y sus hijos. La causa de la enfermedad fue la ingesta de pescado y mariscos contaminados.

Fue tal el impacto que, desde entonces, al conjunto de síndromes neurológicos permanentes causados por la intoxicación por metilmercurio, se le conoce como la enfermedad de Minamata. En 2001, 33 años después, otras 2955 personas fueron diagnosticadas con esta enfermedad. Todas ellas habían vivido en las costas del mar de Yatsushiro.
Así que hablar de mercurio en los cuerpos de agua no es un tema cualquiera. Es un fenómeno con altos impactos en la salud pública y en el medioambiente.
¿Por qué el mercurio puede ser una amenaza ambiental?
Dalia Barragán, bióloga marina, es investigadora posdoctoral en el Instituto Javeriano del Agua y lleva varios años estudiando la presencia de mercurio en los mares. Este elemento tiene una particularidad, y es que es el único metal líquido a temperatura ambiente. En su estado natural, no representa mayor problema. Sin embargo, en contacto con el agua, los microorganismos lo pueden convertir en metilmercurio, una forma orgánica que es altamente tóxica.
Como los cuerpos no pueden procesarlo, este material se va acumulando en los tejidos de los animales a lo largo de la cadena trófica, o cadena alimenticia, como se le conoce popularmente. Ese proceso se llama bioacumulación y es justamente el punto más problemático. Con cada participante se aumenta la cantidad de contaminantes.
Barragán lo ilustra de una manera más cercana: es como si el mercurio contaminara el pasto. Llega la vaca y se come ese pasto. Luego el hombre se come a la vaca y, finalmente, un carroñero se come al hombre. Las últimas fases de la cadena van a adquirir toda la contaminación acumulada por las otras especies.

“Los predadores tope, es decir, los que están más arriba en la cadena trófica, son los más contaminados. Entre ellos están las orcas, los delfines y los atunes”, manifiesta.
¿Cómo llega el mercurio a los mares y océanos del mundo?
La investigadora explica que depende de la zona. Hay varias fuentes para este metal. Hay uno que es de origen natural. Surge a partir de la sedimentación o de actividad volcánica y lleva a la superficie el mineral que está en capas más profundas de la tierra. También otro, que es producto de la actividad humana y que puede llegar de forma directa como vertimiento, o indirectamente por el aire.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el mercurio existe en varias formas: elemental, que se encuentra en el suelo; inorgánico, utilizado en procesos industriales, y orgánico, resultante de la liberación en el ambiente, en el que ciertas bacterias lo transforman en metilmercurio. Esta última es la que se encuentra en la fauna marina y es la más común en humanos.
“Hoy hay una parte de la industria que utiliza el mercurio a temperaturas muy altas. Así, sus residuos se liberan en forma gaseosa a la atmósfera. Luego los vientos los mueven y la lluvia lo trae de nuevo a la tierra. Ha llegado a contaminar lugares que pensaríamos que son prístinos, como la Antártida u hogares de comunidades indígenas que están muy apartadas de los grandes centros industriales”, relata Barragán.
En el caso del continente de hielo, la experta indica que aunque hay volcanes activos, la mayor concentración de mercurio en la Antártida llega por vía aérea. Los vientos catabáticos, que se llaman así porque son superiores a los 100 km/h, lo transportan vía atmosférica hacia las costas y lo acumulan sobre el hielo.
“Cuando el hielo se derrite, va al fondo y las bacterias lo convierten en orgánico, de forma tóxica. Se está encontrando en mayores niveles en estas zonas de sedimentación asociadas al derretimiento del hielo. Cuando afloran las aguas profundas, mantienen el mercurio en todos los niveles de la columna de agua”, sostiene la experta.
Pero el asunto varía según la zona. En una investigación en Bocas del Toro, Panamá, donde actualmente desarrolla su estancia posdoctoral, lo que ha encontrado es que la presencia de mercurio es producto de la sedimentación y posiblemente por presencia humana cercana.
La industria bananera, una de las más importantes de la región, puede generar contaminación por metales pesados asociados a la aplicación de pesticidas y a los buques de carga que transportan el banano. Adicionalmente, la sedimentación ocasionada por la pluma del río Changuinola, puede ser fuente de metales en la región, así como los asentamientos humanos, ubicados principalmente en la Isla Colón y Bahía Almirante, dice el artículo.
Barragán expone también que, por ejemplo, el mar Mediterráneo o el mar Negro, por ser mares cerrados, son mucho más vulnerables y registran niveles de contaminación mayores por mercurio y otros elementos. Igualmente, sucede en Texas, Estados Unidos, o el Golfo de México, zonas que tienen gran cantidad de industrias y agricultura.
En 2021, un estudio publicado en la Revista Scientific Reports, reportó los niveles más altos de mercurio registrados históricamente en las fosas más profundas del océano Pacífico. Advierten los autores que las cantidades encontradas en el suelo marino son incluso más altas que en zonas con contaminación industrial. Además, que exceden por mucho los niveles que son considerados normales por la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Los impactos del mercurio en las especies marinas
El trabajo principal de la doctora Barragán es medir la cantidad de mercurio en diferentes órganos de especies que habitan el mar. Afirma que cada nueva investigación tiene en cuenta los factores del ambiente para proponer un modelo de investigación. Sin embargo, la mayoría de estudios se enfocan en analizar el hígado y la piel de los animales.
En un trabajo previo, las protagonistas fueron las ballenas jorobadas, cetáceos que pueden medir entre 12 y 16 metros de largo. En este caso analizaron la capa externa de la piel, pues se ha identificado que es la ruta de eliminación de mercurio.
A pesar de su gran tamaño, no son predadores tope, pues se alimentan principalmente de plantas llamadas plankton, y de krill, un crustáceo pequeño parecido al camarón. “En Colombia encontramos niveles bajos de contaminación, que están explicados por su dieta. Pero también hay que tener en cuenta que cuando llegan a esta zona del continente, están en ayuno”, aclara la investigadora.

“Cuando están en la Antártida comen y engordan mucho. Durante los tres o cuatro meses que dura su migración hacia el trópico, no comen porque el krill está solamente en el océano Antártico. Así que durante todo el viaje se están desintoxicando y como el mercurio tiene mucha afinidad con los tejidos grasos y proteínas, la hipótesis más plausible por la que en el sur del continente registran niveles más altos de contaminación es la ruta migratoria”, agrega.
En el mismo continente Barragán estudió también a los elefantes marinos. De estos animales se sabía que llegan a la península antártica por el occidente para aparearse y tener crías, pero la mayor parte de su vida era un misterio, pues viven todo el tiempo en el agua.
Las mediciones de contaminación sirvieron para entender un poco más de su vida. A pesar de que los machos son más grandes y por consiguiente deben comer más, las hembras registraron mayores niveles de contaminación, lo cual fue sorpresivo para el equipo investigador.
“Aunque tienen niveles moderados, registraron una contaminación más alta que las mismas ballenas. Claro, los elefantes marinos tienen una dieta de peces y calamares mucho más grandes. Pero lo interesante era encontrar por qué la diferencia si se supone que comen lo mismo”, relata.
Finalmente, y después de contactar a otros expertos, entendieron que la diferencia radica en que las hembras se mueven mucho más y a zonas más contaminadas. En este sentido afirma que los machos permanecen en el este de la península antártica, donde el bloque de hielo es más estable.
Las altas temperaturas debido al cambio climático se han registrado al occidente de la península antártica que es donde viven la mayor parte del tiempo las hembras de elefante marino. En esta región hay mayor derretimiento y mayor contaminación por vía atmosférica. Aquí lo interesante fue usar el mercurio no como marcador de contaminación, sino para entender la dieta de esta especie.

Con otras dos investigaciones pudo comparar el estado de los delfines, una de ellas se desarrolló en La Guajira, Colombia, y la otra en Bocas del Toro, Panamá. “Con estos trabajos encontramos que los delfines en La Guajira se alimentan de presas más grandes y de mayor nivel trófico, por eso tienen más mercurio”, sostiene la científica.
La diferencia también puede ser explicada por la presencia humana. En Bocas del Toro, hay un problema de sobreexplotación en la pesca, por lo que los pescadores se están llevando los peces más grandes, así que a los delfines les quedan peces muy jóvenes y muy pequeños. La pesca excesiva, curiosamente, se está llevando también las presas más contaminadas.
“El Caribe en general no es un área muy productiva, o sea, no tiene mucha comida disponible. Los delfines de La Guajira se tienen que mover mucho para encontrar buenas presas. En cierto sentido estas especies están en un área migratoria. En Panamá, viven en una semilaguna desde hace unos 10 000 años y tenemos evidencia genética que han estado aislados”, manifiesta Barragán.
Su experiencia investigativa le permite afirmar que es difícil asociar la muerte de un animal al nivel de contaminación por mercurio. Resalta el caso de las belugas en el río San Lorenzo en Canadá, en el que a mediados de la década de los 90 se pudo demostrar que los altos niveles de contaminación les estaban causando cáncer. Pero en la mayoría de casos de animales varados en playas, es complicado encontrar una causalidad.
Pesquisa Javeriana registró también una investigación de la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales en la que se evidenció que los tiburones del Golfo de Morrosquillo están siendo afectados por la contaminación de mercurio y que esto representa un riesgo para los habitantes de la zona, que los consumen en su alimentación.
Un problema también de salud pública
La contaminación por mercurio es un tema de preocupación internacional. En 2017 la ONU aprobó el convenio de Minamata, un tratado que busca proteger la salud humana y el ambiente de las liberaciones de mercurio causadas por los humanos. Fue aprobado por 140 países. Sin embargo, hasta ahora ha sido imposible cuantificar la cantidad de mercurio que llega a los mares del mundo.
Dalia Barragán es enfática en que aún falta investigación. Incluso países con zonas muy contaminadas y que consumen todo tipo de animales marinos, como Japón, han venido legislando para evitar la caza y consumo de especies como la ballena, el delfín o el tiburón, que por su lugar en la cadena trófica, representan muy altos riesgos para la salud humana.

En Colombia, el Ministerio de Salud y Protección Social recomienda el consumo de alimentos altos en selenio como huevos, leche, cebolla, lechuga, espinaca, nueces, pepino, frijol, lenteja, avena o tomate para reducir los efectos dañinos.
También recomienda evitar el consumo de peces con altas concentraciones de mercurio: apúi, tucunaré, piraña, bocón, jura jura, quicharo, barbachato o payara, principalmente en mujeres embarazadas, madres en periodo de lactancia y niños. Y por supuesto, denunciar ante las autoridades ambientales el uso y desecho de mercurio en actividades como la minería de oro.