Caminar por el centro de Santiago de Cali es una aventura que estimula todos los sentidos; es enfrentarse a una mezcla de múltiples ruidos, colores, sabores y personajes que retratan una parte importante de la cultura caleña. Es casi imposible pasar por sus sobreocupados andenes y no toparse con el olor a chontaduro, el tradicional ´champús´ o aquellos particulares vendedores que, al ritmo de la salsa y con parlantes a todo volumen, invitan a los transeúntes a “agacharse y escoger” mercancía.
Esta travesía de experiencias, abrumadora para muchos, tiene una razón de ser: en las últimas décadas el centro de Cali ha sido el foco del comercio informal, fenómeno que ha suscitado fuertes debates a lo largo del país.
A pesar de no ser una problemática nueva en Colombia, actualmente su reconocimiento se ha potenciado por la implementación del nuevo Código de Policía y el conflicto que ponerlo en práctica ha encontrado con la informalidad. Sin embargo, hay quienes ven en esta situación un importante potencial para el desarrollo, como es el caso de los arquitectos Gustavo Arteaga y Edier Segura, investigadores de la Pontificia Universidad Javeriana Cali, quienes proponen cambiar la visión tradicional que se tiene sobre este fenómeno.
“Muchos sectores de la ciudad quieren tener la actividad comercial que tiene el centro de Cali, por esto es vital que veamos la informalidad como una oportunidad y nos alejemos de los conceptos negativos”, afirma Arteaga, profesor investigador del departamento de Arte, Arquitectura y Diseño de la Facultad de Humanidades.
La informalidad y el crecimiento poblacional
Como si se tratara de una selva de cemento, los andenes del centro de Cali están compuestos por una variada gama de elementos que los caracterizan: los famosos paraguas de colores que cubren un sinnúmero de puestos ambulantes, las carretillas con ropa, los zapatos, juguetes y películas tiradas en el andén son algunos de los elementos de informalidad comercial más comunes.
Este pintoresco paisaje tiene sus raíces, algunas de ellas asociadas al acelerado crecimiento poblacional, derivado de la implementación de las vías ferroviarias en 1915 con la llegada del Ferrocarril del Pacífico; esto, sumado a una constante ola migratoria que atraía pobladores de áreas aledañas en busca de mejores condiciones de vida, y a la implementación de planes de desarrollo urbano que no responden a las necesidades de la ciudad, han hecho de Cali la tormenta perfecta para la proliferación de este tipo de actividades económicas.
Tormenta que fue aprovechada por Segura, quien en 2016 era estudiante del taller de renovación urbana que dictaba Arteaga.
Caracterización del centro de Cali: su flora y fauna comercial
Todo comenzó en una de las salidas de campo al centro de Cali, en la que Segura observó algunos aspectos interesantes entre la actividad comercial y la disposición del espacio. Uno fue la homogeneidad y patrones comerciales que mostraban determinadas zonas, situación que le generó curiosidad y lo motivó a profundizar más.
“Edier identificó dos aspectos importantes: la visión de un centro fundado hace 300 años para vivienda, que nunca logró adaptarse al comercio emergente, y una nueva postura contemporánea con la idea de ‘¡Qué bueno darle forma a este comercio!’, en la que se aproveche la informalidad”, explica Arteaga.
El trabajo inició con la categorización de las zonas informales, focalizando la investigación entre las calles 10 y 15 con sus respectivas carreras, en el corazón de la Sucursal del Cielo. Se tuvieron en cuenta importantes nodos con alta concentración de vendedores ambulantes, como el Centro Administrativo Municipal (CAM), el Palacio de Justicia y variables como el tipo de mercancía, el número de vendedores informales, su proximidad a las vías principales, las dimensiones de los andenes, la tolerancia de las autoridades y dueños de los sectores, entre otros aspectos.
Lo que encontraron los investigadores fue una organización espontánea de la actividad comercial informal en el centro, que se agrupa por zonas y que se ha arraigado en la cultura de compra de los visitantes. Algunos de los ejemplos más destacados son: la venta de accesorios y moda que se concentra en la calle 14, entre carreras 5a y 6a, y, la venta de comidas, agrupada en el eje de la carrera 6a, entre las calles 10 y 11. Además del comercio de frutas, vegetales, hierbas, videojuegos y juguetería infantil, que también está distribuido en zonas específicas.
Con toda esta información, el paso a seguir se concentró en la implementación de herramientas de geolocalización, complementadas con la recolección de datos. “Uno de los elementos clave para el estudio fue el uso de los mapas de calor y la minería de datos, técnicas de investigación que nos permitieron visualizar gráficamente la conformación comercial actual del centro”, continúa Arteaga.
Los mapas de calor facilitan la identificación de acomodaciones comerciales (representadas en color rojo) que arrojan pistas sobre la concentración de negocios y las necesidades de los consumidores, con nuevas dinámicas que demandan repensar la ciudad, que exigen el diseño de proyectos urbanos para recuperar el espacio público al mismo tiempo que permitan potenciar y aprovechar la actividad económica.
También evidencian varias características comunes de los espacios que pueden ayudar a predecir la aparición de comercio informal, como la cercanía de iglesias, plazas, edificios y parques públicos.
En el caso de Cali se puede visualizar un centro sectorizado y extrañamente funcional, en el que sus visitantes han logrado la manera de coexistir con la informalidad e invasión de un espacio que inicialmente les pertenece a ellos para transitar sin obstáculos.
El resultado de este minucioso trabajo cartográfico brinda la oportunidad de apreciar las superficies urbanas usadas para las ventas informales y la identificación de patrones de distribución, facilitando la caracterización de las zonas de estudio para proponer alternativas sobre el mejor uso del espacio público.
¿Es posible ver el comercio informal como una oportunidad?
De acuerdo con toda la información recolectada por los investigadores, se podría decir que sí. “Debemos convertir a los vendedores informales en actores participativos de los procesos y planes de desarrollo urbano de la ciudad, hacerlos aliados del Estado, con sentido de pertenencia por estas superficies de oportunidad que les dan el sustento diario. Es necesario ofrecerles mejores opciones de organización que contemplen la normativa”, explica Arteaga.
En diversos diálogos que Segura mantuvo con los vendedores informales, en los que les planteaba una posibilidad hipotética de trabajar en conjunto con la Alcaldía para la compra de lotes y formalización de su actividad comercial, la mayoría la consideró como una buena opción; sin embargo, las políticas actuales de Colombia frente a la informalidad no apuntan a esta visión.
Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), la proporción de ocupados informales en las 23 ciudades principales y áreas metropolitanas de Colombia fue de 47,7 en el periodo móvil entre noviembre de 2018 y enero de 2019. Adicionalmente, el actual Código de Policía impone sanciones desde 197.000 hasta 787.000 pesos por comportamientos contrarios a la convivencia, como vender alimentos en lugares no autorizados y negocios que ocupen indebidamente el espacio público.
Maurice Armitage, alcalde de Cali, ha realizado públicamente un llamado para la revisión del Código de Policía con el fin de no afectar a los vendedores; sin embargo, los casos de implementación de sanciones aún se presentan.
Como lo evidenciaron los mapas de calor, ya existe una dinámica informal que ha acentuado sus raíces en el centro, como si fuera una especie de organismo vivo que se acomoda con autonomía propia. Esto puede explicar por qué cuando un vendedor ambulante es reubicado en otra área, eventualmente vuelve a su zona de comercio original.
“El Estado debería procurar un trabajo más articulado con la realidad de la ciudad. Para un vendedor informal no es positivo ser trasladado a una zona en la que no va a tener la misma actividad comercial; presionarlos y no ofrecerles mejores opciones es empujarlos a delinquir”, afirma Arteaga.
La discusión es larga, y es importante contar con todas las variables y actores vinculados en el fenómeno de la informalidad. Esta aproximación investigativa abre las puertas para un análisis más aterrizado sobre las nuevas posibilidades o caminos alternos que se puedan recorrer para transformar el comercio informal, no solo de Santiago de Cali sino de todo el país.
“No podemos seguir abordando la informalidad con los mismos recursos, las nuevas dinámicas exigen otras formas de enfrentar la situación; formas en las que tanto el Estado, como las personas detrás del comercio informal puedan construir ciudad”, concluye el investigador.
Artículo de referencia: Parameters for Public Space Architecture. Informal Commerce Dynamics, as an Opportunity to Stimulate Urban Scenarios. Case Study Cali-Colombia (DOI).