No es extraño que aún se escuchen frases como “la letra con sangre entra”, “le pegué para que aprenda. Es por su bien”, “yo soy el papá y puedo criarlo como quiera”. Generalmente son usadas para reforzar castigos que van desde gritos y palmadas, hasta el uso extremo de la violencia: quemaduras, encierros prolongados, correazos, fuertes golpizas, entre otros actos que, en las peores circunstancias, terminan con daños físicos permanentes en los menores.
Según cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el último año 1.000 millones de niños y jóvenes entre los 2 y 17 años en todo el mundo fueron víctimas de abusos físicos, sexuales, emocionales o abandono. Como indica la Alianza por la Niñez Colombiana, estos números tienden a aumentar en tiempos de cuarentena por el estrés de la crianza en confinamiento. Aun así, las evidencias científicas demuestran que la creencia que tienen algunos padres de educar con estos métodos correctivos, en realidad produce todo lo contrario.
Actualmente, se discute en el Congreso de la República una iniciativa para prohibir el maltrato físico, la cual busca detener los tratos crueles, humillantes o degradantes y cualquier tipo de violencia como método de corrección contra niñas, niños y adolescentes.
Colombia, un país que no se escapa de la violencia infantil
Blanca Gil* tiene 76 años. Ella cursó hasta tercero de primaria en su pueblo natal en el departamento de Cundinamarca, y cuenta con tristeza la razón por la que no quiso seguir estudiando: “Mi maestra me arrancaba los pedazos de piel a pellizcos cuando yo no entendía algo, y es que la verdad yo no daba ni pa’ delante, ni pa’ atrás y pues menos así, a punta de reglazos”, recuerda. Esta mujer le contaba a su mamá, y aunque ella nunca le pegó, tampoco criticaba lo que le hacían en el colegio. Simplemente lo dejaba pasar “y pues yo la entiendo. Qué iba a hacer si era una campesina con otras preocupaciones más importantes”, complementa.
Hay que tener en cuenta que, como lo indica la OMS, la violencia contra los niños no solo hace referencia al castigo físico, también al emocional y psicológico que le pueden infringir sus padres u otras personas que los cuidan como los profesores. En ese sentido, Blanca, que para ese momento tenía nueve años, ya habría experimentado la violencia física y psicológica en el colegio, además de la emocional por parte de su madre.
Hoy, con cinco hijos y ocho nietos, asegura que lo que vivió fue suficiente para no repetir la historia. Por eso, sus hijos fueron criados de manera diferente, sin castigo físico o psicológico. Pero el caso de Blanca es más la excepción que la regla. Para Olga Alicia Carbonell, psicóloga javeriana y doctora en desarrollo infantil y familia, y quien ha estudiado el tema de la calidad del cuidado infantil y las relaciones afectivas en la familia por más de 15 años, es un error pensar que somos violentos por naturaleza: “evidentemente lo somos de crianza porque hemos tenido contextos familiares que han legitimado estos modelos para, supuestamente, educar”.
Juan Fernando Gómez, presidente de la Sociedad Colombiana de Pediatría, agrega que “el castigo físico repetido constituye muchas veces el primer eslabón de una cadena creciente de maltrato infantil, ya que las violencias las aprendemos y las replicamos y entre más violencia se experimente en la infancia hay más posibilidades de entrar en relaciones violentas en el transcurso de la vida”.
Las cifras parecen darle la razón a esa repetición de violencia de la que hablan los expertos. Entre 2015 y 2019, según un informe de la Alianza por la Niñez Colombiana, se reportaron más de 50 mil casos de violencia contra niñas, niños y jóvenes en todo el país. El 68% de las agresiones fueron golpes contundentes, es decir, con objetos que tienen peso por sí solo, como un palo, una piedra, un martillo, etc., y en menor medida agresiones con objetos cortopunzantes. Gloria Carvalho, secretaria ejecutiva de la entidad, agrega que el 60% de los agresores fueron el padre o la madre de los niños o niñas afectados. Y es que históricamente estas prácticas se han transmitido de generación en generación con la idea de que los hijos son propiedad de los padres y que por eso tienen el derecho de corregirlos como lo consideren conveniente, así incluya la violencia.
¿Cuáles son las consecuencias del castigo físico y el trato humillante?
Hay suficiente evidencia científica que demuestra que no existe ni un solo beneficio del castigo y trato humillante en el desarrollo de los niños, niñas y adolescentes educados con estos métodos. Por el contrario, los resultados investigativos apuntan a que son más los riesgos que se corren al ejecutar estas prácticas. Según Carbonell, el más grave de todos es que se puede dañar el desarrollo moral de los menores afectados. Es decir, “cuando a un niño se le castiga físicamente, con gritos o tratos humillantes, obedece por temor, pero no interioriza los valores, no aprende las normas, no comprende el porqué eso que hizo no es correcto y las consecuencias que tienen sus actos sobre sí mismo y sobre los otros”, dice la experta, quien asegura que esto solo se logra a través de la explicación, el afecto y el diálogo.
Esta investigadora javeriana complementa que cuando los padres atemorizan a los niños con el castigo físico, los gritos y los tratos humillantes, el niño no habla con ellos y hay una pérdida total de confianza. “Van a terminar actuando a escondidas”, agrega. A esto se suma la dificultad que tienen los menores para controlar sus emociones porque es algo que se aprende en casa, viendo a los padres. “Si yo veo que mis papás solucionan los conflictos con gritos y golpes, es lo mismo que yo voy a hacer en el colegio con mis compañeros, luego en mis relaciones sociales y posteriormente con mi pareja y la futura familia que conforme”, comenta la psicóloga, que define este comportamiento como ‘transmisión generacional de patrones de crianza’.
Con respecto a los cuidadores, Carbonell afirma que si estos logran relaciones basadas en el amor, la confianza, el respeto mutuo y el diálogo, hay mayor tendencia a que los niños quieran obedecer a sus padres, porque la relación no está basada en el conflicto. “No se trata de no poner normas. Hay que hacerlo, pero en un clima de confianza y afecto”, explica.
Pero tal vez lo más impactante es que el castigo físico y humillante también puede producir daños neurológicos. Jorge Cuartas, investigador de la Universidad de Harvard, que desde hace unos años convoca esfuerzos para atacar la problemática de la violencia contra los menores a nivel nacional, insiste en que los estudios de neuroimagen de los cerebros de niños maltratados revelan que hay afectaciones en la corteza prefrontal, aquella encargada de regular procesos cognitivos referentes a la inteligencia, la memoria, el raciocinio, la capacidad de planear y la regulación emocional. “Esto no significa de ninguna manera que todos los que han sido castigados físicamente van a tener un problema cognitivo o socioemocional”, aclara Cuartas. “Pero, sí es un riesgo al que estamos expuestos”, dice.
Políticas públicas
Podría esperarse que las conductas que impliquen usar el castigo como práctica de crianza para corregir a los menores no pasen en un Estado de derecho como el colombiano. Y más teniendo en cuenta que en 1989 firmó lo acordado en la Convención sobre los Derechos del Niño, que deja claro que los niños y las niñas deben crecer en familias con ambientes de felicidad, amor y comprensión. Pero claramente la violencia contra ellos persiste.
Por eso, el 10 de junio de 2020, la plenaria de la Cámara de Representantes aprobó la propuesta del proyecto de ley que prohíbe el uso del castigo físico. Aún faltan dos debates en el Congreso – uno en la Comisión Primera del Senado y otro en la Plenaria de Senado – para que la ley sea aprobada, pero es una demostración importante de la necesidad de poner fin a la cultura y legitimación de la violencia infantil en el país.
Este proyecto, que tiene un enfoque completamente pedagógico y no penal, deja intacta la autonomía de las familias, pero hace énfasis en que la vigilancia, corrección y sanción de los menores de edad debe ser sin violencia. El objetivo no es que los padres dejen de ejercer la disciplina a sus hijos ni ponerles límites, normas y enseñarles valores, sino que haya políticas públicas que promuevan el acompañamiento pedagógico a las familias en temas de crianza no violenta y de prevención del castigo físico y el trato humillante.
* Nombre cambiado por solicitud de la fuente